La psicología detrás de la toma de decisiones financieras

¿Qué es el comportamiento financiero emocional?

En el manejo del dinero, los sentimientos nos pueden jugar en contra y hacernos optar por inversiones que no son tan buenas como parecen.

Los seres humanos somos emocionales. No hay duda de eso. Y aunque nos creamos los más “fríos y calculadores” respecto del manejo del dinero, a menudo el diablo -o mejor dicho nuestras emociones- meten la cola.

Los sentimientos que más se relacionan o asocian al dinero y a la economía, según el psicólogo británico Adrián Furnham, coautor del proyecto Big Money Test, son: ansiedad, impotencia, alegría, envidia, resentimiento, depresión, excitación y emoción.

Pocos grises, mucho blanco o negro. Claro que nadie está exento de este torbellino de emociones. Todos pasamos por uno o varios de esos estados y más en una economía con las características de Argentina: inestabilidad, inflación y distorsión de precios.

Esta emocionalidad es la que puede hacernos tomar el camino incorrecto aún en la certeza personal de que estamos cuidando y defendiendo nuestro patrimonio del mejor modo.

¿Cómo evitar las trampas comunes de las finanzas conductuales?

Por ejemplo, el temor a perder dinero suele llevarnos a la inacción. Dejo mis ahorros bajo el colchón o en la caja de ahorro, no me enfrento al riesgo de las inversiones, y así cuido mi capital. Ese comportamiento financiero, sin embargo, lejos de protegernos, nos lleva a perder poder adquisitivo -producto del efecto de la inflación- y oportunidades de apreciación de ese capital.

Algo similar sucede a menudo con los inversores más adversos al riesgo, que eligen lo más conservador del menú como única alternativa, sin tener en cuenta parámetros como el horizonte de inversión, la inflación del período o la moneda.

En un ejemplo hipotético pero muy usual en la economía argentina: Una persona tiene un capital de $10.000 para invertir y sabe que no lo necesitará por al menos un año. Sin dudarlo, hace un plazo fijo que le rinde, por ejemplo, 75% anual. Se siente feliz porque al cabo de 12 meses tendrá $17.500. Su sensación es que lleva todas las de ganar. Eso levanta su estado de ánimo.

Su emoción frente al dinero le impide pensar y calcular de manera más consciente. Ese mismo inversor probablemente se sentiría abatido si hubiera colocado su capital en otro tipo de alternativas (Fondos Comunes de Inversión, bonos, acciones o CEDEARs) que tuvieran volatilidad en su cotización, aunque al cabo de los 12 meses la ganancia fuera mayor a los $7.500 del plazo fijo y le permitieran superar -por ejemplo- la inflación anualizada de 85%.

La fluctuación de la inversión lo haría sentir estresado y nervioso. Probablemente, eso lo llevaría a decidir salir de modo apresurado, perdiéndose la ganancia a largo plazo.

¿Cómo superar los sesgos comunes en la toma de decisiones financieras?

“Sucede que los seres humanos sentimos mayor dolor por una pérdida que alegría por una ganancia. Es decir, el impacto emocional que nos genera un beneficio (ganancia) es mucho menor que el que nos provoca una pérdida, aunque sea por la misma cantidad”, explica Carla Maria Da Silva Barrios, en un trabajo publicado por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. “En concreto -aclara- el impacto de una perdida es 2,5 veces mayor que el de un beneficio”.

“Este sesgo de aversión al riesgo puede llegar al extremo de que haya personas que opten por no ganar con tal de no perder, por lo que no tomarían riesgos que le pudieran reportar posibles ganancias con tal de no pasar por el dolor de la posible pérdida”, subraya la especialista de la Universidad madrileña.

Este comportamiento respecto del dinero se conoce como “Behavioral Finances” y tiene mucho que ver con los aspectos más psicológicos del inversor y con la rama de la economía conductual. “La evidencia demuestra que perder un billete de 100 Euros nos dolería mucho más que la felicidad de encontrarlo o ganarlo en la lotería”, explica Da Silva Barrios.