Una de las características salientes del llamado proceso de globalización financiera que tuvo su auge en los años ’80 y cuyas principales premisas fueron plasmadas en el documento conocido como Consenso de Washington, fue la recomendación de la liberalización financiera de las economías subdesarrolladas (hoy conocidas como Emergentes).
Bajo esta premisa debían abolirse cualquier restricción a la libre entrada de capitales externos, logrando de esta manera favorecerse de un flujo de fondos que ayudaría a fomentar un crecimiento económico estable y duradero, reducir los niveles de pobreza y hacer más ricas a las naciones receptoras.
Sin embargo, lo que nos muestra la experiencia vivida es que una total liberalización de la “cuenta capital” de la balanza de pagos puede traer aparejado consecuencias nocivas debido a la debilidad de las instituciones reguladoras, un mercado de capitales locales muy poco desarrollado, un sistema bancario que observa de manera rápida y exagerada una expansión de su masa prestable que no se condice con su capitalización o desequilibrios fiscales a nivel nacional crónicos, que simplemente son atendidos con financiación externa y no a través de planes de regularización consistentes con las posibilidades del país.
Así observamos que, si bien en el corto plazo estas corrientes de fondos pueden redundar en efectos benéficos permitiendo exacerbar el efecto riqueza de las economías locales, el aspecto negativo radica en su volatilidad y en la rápida reversión que presentan ante eventos que tienden a desvanecer los incentivos que hicieron que migren desde sus centros originarios hacia la periferia. Los gobiernos de los países emergentes han intentado atenuar estos efectos mediante la aplicación de medidas regulatorias tales como imposiciones mínimas de permanencia en el país o esquemas impositivos que desincentiven esta entrada de capitales “golondrinas”. Sin embargo, estas prácticas no son bien vistas por el conjunto de actores a nivel internacional que abarcan a organismos internacionales de crédito, calificadoras de riesgo e instituciones que representan a inversores transnacionales, convirtiéndose en barreras de acceso a todo tipo de fondeo, haciendo que estas medidas tomen un carácter aislado y sean establecidas por un plazo de tiempo acotado.
Un punto interesante es analizar a que se debe que los flujos de capitales fluyan desde los países desarrollados hacia las economías emergentes. En este sentido se destacan dos corrientes de pensamiento que buscan dar una explicación a este fenómeno. Una de ellas pone el foco en que los progresos económicos de las economías de la periferia actúan como imán de los capitales externos, los cuales buscan tomar ventaja de los fundamentalspositivos de las economías receptoras. Otra de las corrientes pone el foco del análisis en los cambios de liquidez producidos en las economías centrales. Si bien ambas explicaciones conviven en el campo de las finanzas, cada vez cobra más relevancia el hecho de que las condiciones de liquidez reinantes en las economías desarrolladas son un genuino catalizador que influye notoriamente en la expansión o contracción de los flujos hacia las economías emergentes. Este último enfoque reviste una creciente importancia en el caso de países como Argentina, donde se ha observado una alta correlación entre el ingreso de capitales externos y el desenvolvimiento de los precios de los activos financieros locales. Particularmente en el año 2018 se ha observado en nuestro país la implementación de una serie de medidas por parte del gobierno nacional que no fueron bien recibidas por los inversores internacionales, los cuales han decidido comenzar a desprenderse de sus tenencias de bonos produciendo un consecuente incremento en el costo del endeudamiento. Esto se suma al proceso actual de reversión de la política monetaria acomodaticia puesta en práctica años atrás por la Reserva Federal de los EUA, como consecuencia de la crisis financiera que comenzara a gestarse en el año 2007. Ambos efectos combinados han comenzado a drenar el influjo de fondos hacia nuestra economía, haciendo que se debiera acudir al FMI para cubrir el gap de financiamiento necesario.
En economías como la nuestra, con un balance de inversores de largo plazo deficientes que no pueden actuar como lo que se denomina “compradores de última instancia” y servir de sostén a los precios de los activos financieros, la rápida salida de los capitales externos termina amplificando los efectos sobre el resto de la economía.
Para los artífices de políticas públicas en las economías emergentes, la liquidez global es un factor determinante del flujo de capital y de la volatilidad que caracterizará a estos mercados, lo cual no puede desestimarse y debe estar presente en la conformación de la estructura de deuda pública y sus necesidades de refinanciación.